Por la mañana, temprano, o por la tarde, cuando el sol desaparece debilitado en el horizonte, las Tablas de Daimiel, rebosantes estos días, bien merecen una escapada.
Es a esas horas cuando, envuelta en el silencio y la mansedumbre,
esta lámina de agua en plena Mancha ofrece su mejor fotografía. Las aves
que aquí se cuentan por miles se dejan ver moviéndose a sus anchas por
las lagunas, repletas como están este otoño gracias a las aportaciones
del río Azuer y a las lluvias caídas en las últimas semanas.
Estamos en uno de los espacios paisajísticos más singulares de la infinita llanura manchega, un gran humedal que es la última representación que queda en España de las denominadas tablas fluviales. Del pueblo del que toma su nombre parte una estrecha carretera que atraviesa la planicie castellana mientras la vista se pierde en la lejanía, y, tras atravesar haciendas y molinos, aparece al final del camino el humedal.
Una vez en él, lo primero que hay que hacer es dirigirse al Centro de Información y Recepción de Visitantes, donde una sala de exposiciones ilustra del valor ecológico del Parque Nacional, declarado también Reserva de la Biosfera. Ya al tanto de todo, llega el momento de decidirse por uno de los tres recorridos abiertos al público: la laguna Permanente, la torre de Prado Ancho y la isla del Pan.
Son recorridos aptos para todos los públicos, cada uno con su interés. El primero discurre por una senda de ochocientos metros que permite admirar, desde sus dos balcones, la presencia de las primeras aves acuáticas. La ruta que conduce hasta la torre de Prado Ancho posee una distancia de kilómetro y medio y desde sus cuatro observatorios se otea el vuelo de las aves, su revoloteo entre las isletas, su pacífico sesteo entre la vegetación palustre.
La torre es el punto más elevado del parque y goza de una hermosa panorámica, con las tablas a los pies y, a lo lejos, los cauces de los ríos Cigüela y Guadiana que unen sus aguas, el primero salobre y el segundo dulce, para alimentar constantemente este amable conjunto de lagunas de escasa profundidad. Es fácil encontrase por aquí a la caída de la tarde a los ornitólogos que estudian el vuelo de las aves mientras permanecen agazapados y en silencio, con su cuaderno y sus prismáticosen la mano.
El itinerario más concurrido de las Tablas de Daimiel es aquel que lleva hasta la isla del Pan. Sus dos kilómetros transitan por pasarelas demadera que, entre isla e isla, se abren a modo de balcones. Apostados en las barandillas, es fácil observar los bosquetes de taray, pero, sobre todo, a los patos, a alguna focha común, a un ánade real o una garcilla que salen de su escondrijo entre la maleza de la masiega, el carrizo o la enea. El cielo lo sobrevuela el aguilucho lagunero, la única rapaz de las Tablas; a los charconessaltan ranas y sapillos; la culebra de agua serpentea mientras la nutria se sumerge en busca de algún pez.
Estamos en uno de los espacios paisajísticos más singulares de la infinita llanura manchega, un gran humedal que es la última representación que queda en España de las denominadas tablas fluviales. Del pueblo del que toma su nombre parte una estrecha carretera que atraviesa la planicie castellana mientras la vista se pierde en la lejanía, y, tras atravesar haciendas y molinos, aparece al final del camino el humedal.
Una vez en él, lo primero que hay que hacer es dirigirse al Centro de Información y Recepción de Visitantes, donde una sala de exposiciones ilustra del valor ecológico del Parque Nacional, declarado también Reserva de la Biosfera. Ya al tanto de todo, llega el momento de decidirse por uno de los tres recorridos abiertos al público: la laguna Permanente, la torre de Prado Ancho y la isla del Pan.
Son recorridos aptos para todos los públicos, cada uno con su interés. El primero discurre por una senda de ochocientos metros que permite admirar, desde sus dos balcones, la presencia de las primeras aves acuáticas. La ruta que conduce hasta la torre de Prado Ancho posee una distancia de kilómetro y medio y desde sus cuatro observatorios se otea el vuelo de las aves, su revoloteo entre las isletas, su pacífico sesteo entre la vegetación palustre.
La torre es el punto más elevado del parque y goza de una hermosa panorámica, con las tablas a los pies y, a lo lejos, los cauces de los ríos Cigüela y Guadiana que unen sus aguas, el primero salobre y el segundo dulce, para alimentar constantemente este amable conjunto de lagunas de escasa profundidad. Es fácil encontrase por aquí a la caída de la tarde a los ornitólogos que estudian el vuelo de las aves mientras permanecen agazapados y en silencio, con su cuaderno y sus prismáticosen la mano.
El itinerario más concurrido de las Tablas de Daimiel es aquel que lleva hasta la isla del Pan. Sus dos kilómetros transitan por pasarelas demadera que, entre isla e isla, se abren a modo de balcones. Apostados en las barandillas, es fácil observar los bosquetes de taray, pero, sobre todo, a los patos, a alguna focha común, a un ánade real o una garcilla que salen de su escondrijo entre la maleza de la masiega, el carrizo o la enea. El cielo lo sobrevuela el aguilucho lagunero, la única rapaz de las Tablas; a los charconessaltan ranas y sapillos; la culebra de agua serpentea mientras la nutria se sumerge en busca de algún pez.
En la isla del Pan, los que llegan hasta el final del itinerario ascienden hasta un observatorio levantado en un altozano.
Desde lo alto el paisaje esdistinto al que se observa desde Prado
Ancho, las lagunas quedan más alejadas, Las Tablas marcan su límite y el
Guadiana toma rumbo a las templadas tierras del Sur.
MIGUEL ORTIZ
Daimiel, CIUDAD REAL
18/11/2011 09:29
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