Julio Escudero, el viejo
pescador del Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel, a sus 86 años, no
pudo evitar emocionarse cuando entre sus trasmallos, hace apenas unos
días, volvió a aparecer un barbo comizo, una especie de pez que llevaba
décadas desaparecida del parque y que pudo volver a tener entre sus
arrugadas manos.
Barbo Comiza - "Picarro" |
Hacía más de treinta años que en
Las Tablas de Daimiel no se pescaba esta especie piscícola, dado que el
último ejemplar que salió entonces de las aguas de este espacio
protegido lo sacó el propio Julio Escudero.
En una
entrevista con Efe, aún recuerda cómo fue entonces, pero su memoria se
detiene en el presente más cercano, en ese momento que vivió hace sólo
unos días y que, para él, se convirtió en todo un emotivo
acontecimiento.
El barquero de Las Tablas se
reencontró con los recuerdos del pasado y con sus vivencias de años
ligadas a un paraje natural, con el que toda su vida ha mantenido unos
lazos inquebrantables.
Sacar de entre las redes el
ejemplar de barbo comizo, que en otras épocas pasadas fue muy habitual
en Las Tablas de Daimiel, revelaba que la ictofauna del parque nacional
sigue su lento proceso de recuperación, como consecuencia de unos buenos
años de bonanza hídrica.
Julio Escudero recordaba
que habían pasado décadas desde que este pez no se había vuelto a ver en
Las Tablas de Daimiel, adonde, aseguraba, con toda probabilidad ha
llegado a través de los ríos que han vuelto a correr en los últimos
años.
El longevo barquero, que sigue llamando al
barbo comizo por su nombre vulgar de "picarro", asegura que muchas
mañanas mantiene la costumbre de echar el trasmallo al agua para ver
"cómo va la pesca" del parque, aunque, hace unos días, la sorpresa fue
mayúscula cuando se encontró un "buen ejemplar de picarro".
No
tardó mucho tiempo en devolverlo al agua, si bien no dudó en
contemplarlo, para, después, recordar aquellas duras jornadas de pesca
en las que el frío arreciaba y que resultaban las más favorables para la
pesca de este pez.
"El picarro era un pez que
siempre se encontraba metido en las cuevas del río, en las zonas más
hondas, jamás salía de la madre del río", explica con todo lujo de
detalles.
Y abunda: "cuando el otro día lo saqué, me
costó no llorar, porque recuerdo como ganaba de comer con ellos; eran
mi vida, sobre todo, cuando llegaba el invierno".
La
gente a los que les vendía el viejo pescador apreciaban la carne de
este pez porque "era riquísima. Ni el salmón se puede comparar con ella.
Tenía un gran paladar, era un pescado muy fino que no dejaba
indiferente a nadie", afirma con rotundidad.
Por
eso, recuerda cómo se los encargaban sus clientes y cómo cada vez que
volvía del río, le preguntaban por ellos, al ser un pez muy apreciado en
las cocinas de los daimieleños.
Julio Escudero
también rememora con añoranza otros momentos del pasado, como cuando con
su mujer, Pascuala Rodríguez de Guzmán, su "rica", como él siempre la
llamaba, se comieron juntos los últimos picarros que él pescó del
Guadiana.
Aquel nostálgico día de comida en torno al
calor de la hoguera en su modesta casa de pescadores es hoy su recuerdo
más vivo, todo, gracias a un pez que hace unos días, sin pensarlo,
apareció por sorpresa en su trasmallo
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